5.5.23

Del amor y la política

Hoy el individuos vive atribulados por su devenir, hastiado de su actualidad y en franco desaliento.  Empero,  lleno de descreimiento y desconcierto,  con delectación masoquista, engulle promesas esperanzadoras  de lideres políticos impregnados de rencor, pero que en apológico discurso, redundante sobre amor y progreso,  le embuten la idea sobre el deber del estado de llevar paz, justicia y seguridad social y progreso económico a todos. 

Nobles objetivos. Anhelos de toda sociedad actual. Quién no sueña con gobernantes tomando buenas decisiones, motivadas en el amor por su pueblo. Dirigidas a lograr una vida digna, pacífica y segura. Que conlleven la efectiva aplicación de justicia social y que promuevan, cuidando el medio ambiente, la generación de riqueza, para trabajadores y empresarios.  

Hoy, es  un escarbar moroso y agónico y no  una fácil búsqueda. Pero todo individuo sueña con  encontrar un líder que sea éticamente correcto, bondadoso y virtuoso en su gobernanza. Una vez que logra elegir un buen líder, seguro se encauza en el esfuerzo de lograr esos nobles objetivos.

Un estado enmarcado con esos nobles objetivos, se obliga al encumbrado deber de formar a todos sus individuos, en la aprehensión y comprensión de ellos. De esta manera convirtiéndolos en heroicos defensores de lo ético, la decencia, la democracia, la libertad y el orden. Bases para la transformación positiva del pensar y de la realidad, y para alcanzar un genuino y efectivo estado social de derecho.

Estos fieros aprendices, una vez formados y como valerosos guardianes de su estado, democráticamente, impulsarán unidos y con firmeza, esfuerzos para que el gobierno actúe con veracidad, transparencia, sabiduría, justicia, bondad y condescendencia virtuosa. Decía Ramón Campos, español, hace más de 200 años, que «Las virtudes de condescendencia son escasas en los pueblos pobres.»

En medio de una atmósfera de certidumbre y sabrosura, creada en una sociedad enmarcada por esos nobles objetivos, sus ciudadanos, con acierto, sabrán elegir un verdadero y digno gobernante y no un simple líder dogmático, sectario.

Los lideres dogmáticos o sectarios, escondidos detrás de en un liderazgo político santurrón, sin remilgos, terminan por  imponerse fanatizando a sus seguidores y abiertamente atacando a sus detractores. Un virtuoso y genuino Gobernante, aun cuando es líder, gobierna con veracidad y firmeza para ambos, seguidores y detractores, asegurando y garantizándoles sus derechos sin dejar de exigirle sus deberes, y nunca “volándose” la constitucionalidad.

Ahora bien, los afectos son esenciales en la toma de decisiones. Por esto es crucial, tener cuidado al escoger a nuestro gobernante.  Nuestra decisión no debe gravitar únicamente valorando su brillo mental, su ditirambo, o su seductivo y elocuente discurso. Debemos asegurarnos de que el afecto que predomine en su corazón no sea el de rencor. Afecto que de conciencias inferiores se destila.  

Y es que el Odio destruye. Desune y causa discontinuidad. Conduce a la segmentación de la sociedad.  Atomiza y lleva al individuo a escudarse en particulares y mezquinos dogmas, llenos de rencor, que inician una desligadura violenta de la sociedad.

Negativo afecto que separa, y solo se ancla, en la otra parte,  en aquello que le alimenta la rabia, todo lo demás lo desecha u olvida con desprecio.  En un escenario rencoroso , esos nobles objetivos, se desdibujan o desaparecen ante el peso de la desconfianza, la injusticia el irrespeto y el sinfín de violencia que le sigue, propiciando  el abuso e imposición de posiciones “moralistas”, en ocasiones  contrarias a la verdadera moral, y que arropadas en falsa rigurosidad y de manera latente, van constriñendo y destruyendo la libertad, la verdad y los buenos valores.

En contrario, el Amor construye. Afecto afín a la vida buena, de unión, creación, amistad sincera, comprensión, esperanza, paz y positivismo. Por esto y de la esencia, a todo gobernante se debe exigir liderazgo, virtuosidad, diligencia y firmeza, pero también amor, que ame a sus gobernados.

Sin amor no existe política que sea buena.

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