“Ploco: La libertad sin orden es desesperanza. El orden sin libertad es tiranía. El orden con libertad es disrupción. La libertad y orden es esperanza.”
Soy un defensor integral del lema: libertad y orden. El orden que protege nuestra libertad, que a su vez respeta el orden. Leyes e instituciones que no anulan al individuo, sino que le dan el marco seguro para desarrollarse. Individuos que ejercen sus derechos de manera responsable, entendiendo que forman parte de una comunidad. Nunca se trató de que un concepto acompañe al otro, sino de que ambos se integren en una síntesis superadora. La verdadera “esperanza” para una sociedad no estaría en elegir entre libertad y orden, sino en lograr un equilibrio armónico y dinámico entre ambos.
Empero, la suigéneris colombiana me llevó a pensar, que, a esa mezcla faltaría embadurnarla de Amor, empero, pragmático y constructivo. El amor es esencial ya que favorecería alcanzar completamente esa esperanza, y para todos los colombianos. Es el sentimiento ideal, arropando nuestras mentes y espíritus, enseñándonos el camino a una pacífica y prospera convivencia en mi país.
En apariencia, llegó a Colombia en el 2022, envuelto en una “política del amor” presentada con un discurso grandilocuente, algo auto ditirámbico (donde convergieron lo dramático y la auto alabanza exaltada), desafiantemente pomposo, y mientras se blandía la espada de nuestro héroe libertador se dilataban en extremo la eses.
En Colombia, desde que tengo memoria activa, vivimos inmersos en violencia, una corrupción en su mínima expresión, incertidumbre y una permanente ilusión de cambio. Entonces se afincó el narcotráfico, la presión poblacional, la desigualdad, la apertura al mundo y otros factores, y de un país parroquial, con guerrilla bananera, nos convertirnos en un estado social de derecho, pero acompañado de milicias narco afectadas, fuertemente armadas, que a su vez influyen negativamente en nuestra política y el desarrollo rural. Un país donde el cambio efectivo y positivo es tan parsimonioso que pasó a simplemente ser otra ilusión. La intensidad de la incertidumbre subió a su mayor nivel, y la corrupción pasó de una matemática simple a una progresión geométrica creciente. Ni que decir de la violencia irracional, aunque con altibajos en su intensidad y recrudecimiento, sigue cobrando muchas víctimas, y ahí siempre está, latente y acechante.
No es mi intención escribir una composición historiográfica profunda de nuestra república, por tanto, me concentraré en el amasijo entre amor y política. Pero si es bueno rememorar que, la desidia de la mayoría de mandatarios y congresistas colombianos de este siglo, oportunistas y muy avivatos, pero mediocres, de corrupto pensar y proceder, y muy poco amor por Colombia, llevaron ese 2022 a una enorme masa de conciudadanos descontentos, a que con masoquista fascinación, acogiesen promesas “esperanzadoras”, demagogas, que, a través de elocuentes discursos cargados de referencias repetitivas al amor, cambio y progreso, inundaron la mente con nobles ideas de paz, justicia, seguridad social y desarrollo económico.
Lo anterior, junto con una evidente división del voto colombiano y mucha “plata mal-narco-habida”, resquebrajó la cordura electoral y abrió una grieta por la que reptaron lagartos y otras alimañas, que llevaron sobre sus hombros, alimentando un fanatismo de culto, al individuo que hoy, simplemente se sienta, pocho, a elucubrar y maquinar, sentado en su “trono”, en la casa fría y húmeda de Nariño, en cómo perpetuarse.
Hoy, siento que fue una clásica estrategia delusiva. Mientras, intentan justificar su desidia, mediocridad, inefectividad, corrupto pensar y proceder, y muy poco amor por Colombia, amparándose en que los anteriores gobiernos así también lo fueron. Hasta en sus justificaciones proyectan pobreza extrema de criterio y cruel vileza.
Y, debo manifestar que hubiese querido seguir extrañando escuchar esa ansiedad por el futuro y descontento por la situación del país, que muchos colombianos manifestábamos tres décadas atrás. Pero hoy me encuentro en cada rincón de nuestro bello país con esa malsana costumbre quejumbrosa que nos mantiene alertas a una hecatombe colombiana por venir.
Pero Colombia no debe ni olvidar ni desechar esos objetivos nobles, deseables para toda sociedad, ¿Quién no sueña con líderes que toman decisiones basadas en el amor por su pueblo? Decisiones encaminadas a lograr una vida digna, prospera, pacifica, segura y justa para todos. Hoy Colombia se debate entre escoger otro caudillo, o en la tarea lenta y angustiosa, casi imposible, de escoger un gobernante éticamente correcto, firme pero bondadoso y virtuoso en su gobernabilidad.
Un líder que dirija al estado a nobles y virtuosas cumbres, y con su correcta y decente gestión y ejemplo, nos “eduque” y muestre el camino para comprender y adherirnos a una democracia fuerte, de bendecido futuro. Así, convirtiéndonos en valientes defensores de la ética, la decencia, la democracia, la libertad, la justicia y orden. Cimientos cruciales para la transformación positiva del pensamiento y la realidad en una sociedad, y la base para lograr un estado social de derecho genuino y efectivo.
Si alcanzamos este objetivo, nuestras próximas generaciones, capacitados y convertidos en valientes guardianes de Colombia, trabajarán unidos y con firmeza para asegurarse de que su gobierno opere con honestidad, transparencia, sabiduría, justicia, amabilidad y condescendencia virtuosa. Don Ramón Campos, un español que hace más de 200 años, decía: "Las virtudes de la condescendencia son escasas en las sociedades débiles".
En un entorno de certeza, justicia y paz, fomentado por estos nobles objetivos, los ciudadanos, sucesivamente sabrán elegir, gobernantes virtuosos y dignos, no a simples figuras, dogmáticas y sectarias. Líderes extremistas, signados por el dogmátismo, sectarios, que ocultos detrás de una fachada política santurrona, y carentes de modestia, tienden a imponerse fanatizando a sus seguidores mientras atacan abiertamente a sus opositores.
Un líder virtuoso y auténtico gobierna con integridad y firmeza, garantizando los derechos tanto de seguidores como de detractores, y vigila que cumplan sus deberes, todo, sin violar la constitución.
Para esto, es importante observar los sentimientos y las creencias de los candidatos. Estos, desempeñan un papel crucial en el proceso de su toma de decisiones, por lo que es fundamental tener precaución al elegir a nuestros líderes. Nuestra decisión no debe basarse únicamente en su brillantez intelectual, su elocuencia o su discurso persuasivo. Debemos asegurarnos de que el sentimiento predominante en su corazón no sea el rencor, un sentimiento que proviene de conciencias inferiores.
El odio destruye, divide y crea discontinuidad. Conduce a la fragmentación brutal de la sociedad, fomentando que las personas se escondan detrás de doctrinas estrechas y se llenen de rencor, lo que finalmente lleva a la degradación violenta de la sociedad.
El odio se centra en el adversario, anclándose únicamente en la fuente del enojo, desechando o ignorando todo lo demás con desprecio. En un ambiente de odio, los nobles objetivos se desvanecen o desaparecen bajo el peso de la desconfianza, la injusticia, el irrespeto y la violencia interminable que le sigue.
Esto favorece el abuso y la imposición de posiciones "moralistas", a veces contrarias a la verdadera moral, que se ocultan detrás de una falsa rigidez y restringen la libertad, la justicia, la verdad y los buenos valores.
El amor, en cambio, construye y se relaciona con una vida de bendiciones. Significa unión, justicia, amistad, comprensión, esperanza, libertad, paz y positivismo. Sin embargo, es crucial hacer una aclaración fundamental en este punto: el amor no es excusa para no ejercer la justa y legítima defensa del estado.
Sin una justa firmeza y verdadero amor por la nación, no existe buena política.
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