Conocer la realidad no solo nos acerca a ella; revela nuestra
interdependencia y la interpenetración con ella. Sin embargo, a menudo operamos
bajo una falsa dicotomía, atrapados en un conflicto entre nuestro modelo
epistemológico (lo que la ciencia mide) y nuestra intuición (lo que sentimos).
Pese a que corrientes filosóficas como la fenomenología o el realismo
crítico han buscado integrar lo objetivo y lo subjetivo, culturalmente seguimos
sintiendo esta escisión. Esta simplificación histórica nos ha llevado a
sospechar que la base de lo real podría no ser lo que comúnmente concebimos,
cegándonos ante la riqueza de los matices intermedios.
Una consecuencia de esto es que la conceptualización de la realidad
está en constante evolución. El término mismo es polisémico y, de cierta
manera, enigmático. Su significado cambia drásticamente si le preguntamos a un
físico cuántico, a un sociólogo o a un monje. En el pensamiento contemporáneo,
entendemos que existen múltiples "capas" o dimensiones que no son
mundos alternativos, sino diferentes niveles de descripción del único universo
en el que existimos.
Bajo el marco materialista, se asume como primordial a la Realidad
Física Fundamental (cuántica, cosmológica, macroscópica), sobre la cual se
postula que emergen realidades consideradas "superiores", como la
Experiencia Consciente y la Realidad Intersubjetiva (los constructos sociales).
Sin embargo, olvidamos que ese modelo físico es, a su vez, un producto
de nuestra experiencia consciente y validación intersubjetiva. Esto lleva a la
conclusión de que aquello que consideramos Realidad Física ya está teñido de
intersubjetividad. No es pura.
Esto se explica al contrastar el consenso de las ciencias naturales,
cuya jerarquía funciona como norma operativa para construir tecnología y
medicina: se asume que la biología emerge de la química, la mente de la
biología (cerebro), y la sociedad de la interacción de mentes. Si destruyes la
base física (el cerebro), desaparece la experiencia consciente. Por tanto, bajo
este prisma, lo físico se considera primordial ontológicamente.
Esta afirmación ignora el círculo epistémico de Jean Piaget,
que describe la interdependencia entre el sujeto que conoce y el objeto de
conocimiento: el sujeto no puede conocer el objeto más que a través de sus
propias estructuras de pensamiento y, a su vez, su pensamiento se constituye a
partir de esa relación con la realidad. Este concepto se reafirma con el
argumento fenomenológico de Husserl y Heidegger: solo a través de la
experiencia consciente se conoce la realidad.
Entonces, si la conciencia es secundaria (emerge), pero es la única
herramienta de acceso para definir lo que es la materia, se conforma una
paradoja. Poner a la materia primero es un acto de fe teórica, porque
vivencialmente, la conciencia viene primero.
Por ejemplo, la Realidad Física Fundamental comprende la realidad
cuántica: un modelo matemático (un constructo intersubjetivo) creado por la
conciencia para explicar lo que percibimos. Decir que el modelo (el mapa) es
más real que la experiencia (el territorio) es lo que Whitehead llamó la
"Falacia de la Concreción Desplazada".
A este conjunto de realidades, ya vasto, se suman hoy las tecnológicas
(virtuales, mixtas), las abstractas (matemáticas), las ficcionales y las
especulativas, como la Hipótesis de la Simulación.
En esa mareta, surge la gran pregunta sobre la Causalidad
Descendente: ¿Pueden estas "realidades superiores" (una idea, un
valor, una ley social) influir "hacia abajo" y alterar la realidad
física?
Si bien el principio de clausura causal de la física nos advierte que
el mundo físico está cerrado causalmente, lo que significa que todo efecto
físico tiene una causa completamente física y no habría necesidad de apelar a
nada "no físico" (alma, espiritu) para explicar los fenómenos
materiales, la complejidad de los sistemas vivos desafía ese reduccionismo
simplista. Nos indica que el universo no es una calle de sentido único desde el
átomo hacia la mente, sino un bucle de retroalimentación donde la organización
del todo comienza a condicionar el comportamiento de las partes.
Desde la física cuántica, que introdujo la probabilidad en la base de
la materia, hasta la cosmología evolutiva, vemos un cosmos que no es ni un
reloj mecánico predeterminado ni un caos maleable. Es una danza sutil donde las
leyes fundamentales permanecen, pero su rigidez se vuelve
"porosa" ante la emergencia genuina de nuevos niveles
de orden.
Si la física nos muestra un universo complejo, la neurociencia nos
confirma que no tenemos acceso directo a él. El cerebro no es un receptor
pasivo de la realidad; es un constructor activo de nuestra experiencia. Los
seres vivos muestran propiedades emergentes, como la autorregulación, la
conciencia o la intencionalidad, que parecen no poder reducirse del todo a
interacciones meramente físicas.
Modelos teóricos influyentes, como el del cerebro bayesiano o la
codificación predictiva, proponen que el cerebro genera constantemente
hipótesis sobre las causas de la información sensorial. Lo que finalmente
percibimos es la "mejor hipótesis" del cerebro, actualizada en
función del error. Nuestra percepción es una película del mundo, sin fin,
constantemente editada.
Desde este punto de vista, debemos matizar: el mundo material existe
independientemente de nosotros, pero la realidad que habitamos, nuestra
fenomenología, es una "cocreación". El 'Yo' y su experiencia son una
coproducción entre lo dado biológicamente y lo construido a través de la
interacción.
Esta tensión biológica y física se ha manifestado en la historia del
pensamiento como una guerra entre dos paradigmas dominantes:
-
El Positivismo: Desde Auguste Comte hasta
el Círculo de Viena, esta corriente sostiene que existe una realidad objetiva,
externa y única, regida por leyes inmutables. Conocer es descubrir "lo
dado" (positum). La verdad aspira a ser una correspondencia exacta
entre el mapa y el territorio.
-
El Constructivismo: Desde Vico (Verum
ipsum factum) hasta el constructivismo social, se argumenta que el
conocimiento es construido activamente. La realidad es negociada a través del
lenguaje y la cultura. No hay un acceso "virgen" a los hechos;
siempre hay un observador implicado.
El positivismo nos dio el rigor del método científico, pero a menudo
tropieza al intentar explicar la subjetividad y el significado. El
constructivismo nos dio la comprensión del contexto social, pero corre el
riesgo de negar el sustrato real sobre el que nos apoyamos.
Entonces, ¿estamos condenados a elegir uno de los dos bandos? ¿Flotamos
a la deriva entre el dogma de la objetividad pura y el abismo del relativismo?
La respuesta radica en la epistemología personal. Modelos de
desarrollo psicológico, como el de William Perry o el de Belenky (Women's
Ways of Knowing), sugieren que los seres humanos evolucionamos en nuestra
forma de entender la verdad:
- Pasamos
del Dualismo (hay una verdad absoluta y la tiene la
autoridad)...
- ...a
la Multiplicidad (todas las opiniones son válidas)...
- ...y finalmente
al Compromiso dentro del Relativismo.
En la madurez, desarrollamos una flexibilidad epistemológica.
Aprendemos a "navegar". Navegar implica un movimiento activo y
hábil. Un individuo maduro puede usar herramientas positivistas para decidir
qué tratamiento médico tomar, y herramientas constructivistas para resolver un
conflicto humano. No flota pasivamente; utiliza diferentes mapas para
diferentes territorios.
Esto nos lleva al concepto central que propongo en Nomás que la
vida: la naturaleza de la realidad en la que navegamos.
Al emerger en un mundo que nos precede (físico) y que nos constriñe,
sentimos el peso del determinismo. Sin embargo, experimentamos la novedad
genuina de la consciencia y la libertad. ¿Cómo conciliamos esto sin caer en la
contradicción científica?
Propongo la idea de un Determinismo Poroso condicional.
No porque las leyes fundamentales de la física muten con el paso del
tiempo, sino porque la rigidez del determinismo se transfigura y se vuelve
porosa al cruzar los umbrales de la complejidad emergente.
-
En los niveles inferiores (escalas macroscópicas
simples), el sistema opera con reglas rígidas y predecibles.
-
Pero al ascender en complejidad, la interacción
de esas partes da lugar a propiedades emergentes (como la vida o la
consciencia) que inauguran un nuevo régimen de reglas.
Es transitorio para el observador que transita entre niveles. Vivimos
en los intersticios de esa emergencia.
Aceptar esto implica abandonar la búsqueda de una "Verdad"
absoluta y estática (el puerto final) y abrazar "verdades
funcionales" (barcos para la travesía). La incertidumbre deja de ser un
fallo en nuestro conocimiento y se convierte en una propiedad intrínseca del
sistema.
Así, como capitanes de nuestro destino, no flotamos en un orden
preestablecido, sino que navegamos una realidad que, aunque tiene
corrientes fijas, se completa y se transforma con nuestro propio viaje.
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