En Colombia seguimos pintando un cuadro crudo y doloroso de
una dinámica que nos ha marcado por generaciones:
(Consenso/confrontación/conflagración/destrucción).
Una sociedad que oscila violentamente entre el intento de
ceder y la confrontación inmediata, sin dar espacio a que algo eche raíces. La
paz se convierte en un eslogan cambiante con cada gobierno, y su ausencia sigue
siendo la herida abierta en el país y el alma nacional.
Acá no se pacifica (alcanzar de verdad la paz), se
paz-ifica.
En el escenario político, el Centro sigue desunido y
disperso. Aunque una mayoría de electores reconoce que hay candidatos “ideales”,
su estrategia de “centrarse” los invisibiliza, los hace ver como “tibios” o soberbios.
Podríamos especular que su fracaso no es por falta de
opciones viables ni por ignorancia del electorado. Es co-creado, y se juntan el
fallo masivo de acción colectiva y una estrategia errada.
Los electores parece que aplican una impotencia aprendida.
Reconocen lo ideal, pero el miedo, la desilusión y la desesperanza los
paralizan. No es que no quieran, es que no "creen" que sea posible.
Este más un diagnóstico psicológico, no solo político.
Por el lado de los candidatos, no es solo soberbia, es una
mezcla de incompetencia estratégica y rigidez de principios. El "temor a
perder sus valores" les da una trágica nobleza a su fracaso. Son incapaces
de adaptar sus estrategias, en parte, porque temen corromperse, ser percibidos
como corruptos o no les da para cambiarla.
Adicionalmente, como si fueran “malos perdedores”, se
resisten a consensuar y eligen la "sabrosa posición del no
voto": esa renuncia a la participación, que en la práctica se
convierte en una cesión de poder a los extremos, perpetuando el ciclo que
debemos eludir.
De repente, por esto, en Colombia, los “outsiders” han
optado por visibilizarse polarizando su posición, eludiendo el “centrarse”. Esto
hace pertinente preguntarse si el colombiano prefiere la política sensata o la visceral.
Es ciego ante, o le aburre, lo ideal, lo equilibrado, lo crítico, lo
estructurado, lo profesional, y prefiere la política de “Niña Tulia” de “petril
a petril”. Por lo que el candidato que descubra la respuesta a la pregunta de si
en Colombia ¿La cultura creó el sistema político o el sistema político moldeó
la cultura cívica? Tiene altas probabilidades de ganar.
Debo precisar que si bien esto de ser “malos perdedores”
podría considerarse un factor real que justifica la polarización, lo veo
más como un síntoma de divisiones estructurales no resueltas: la corrupción, la
inseguridad, el problema de la tierra, la desigualdad abismal, la impunidad y
las distintas visiones sobre la memoria histórica del conflicto, etc. Aspectos
que asustan y conducen a cualquiera a correr despavorido, sin mirar donde y cayendo
en caminos errados.
La realidad es que en el país se enaltece y fortalece la
polarización, esa ausencia de equilibrio activo, que es quizás uno de los nudos
más difíciles de desatar y donde el debate se anula. Solo queda el
atrincheramiento y la construcción de cualquier buen proyecto común se vuelve
imposible. De repente, se afinca la idea de que “forzar un equilibrio"
entre las élites políticas, sin abordar las fracturas sociales de fondo, podría
crear una paz. La que consideraría "superficial", porque ignora
las causas reales del descontento y la violencia.
Paradójica o intencionalmente, los polos, al llegar al
poder, “forzan” el equilibrio, cómo en la sabana africana, donde la
supervivencia es la única ley. Donde el equilibrio no es un pacto social por el
bien común; es un equilibrio de poder basado en el miedo mutuo y la
optimización de su supervivencia. Es un "modus vivendi" tenso, no una
coexistencia pacífica y colaborativa, donde los depredadores más antagónicos
(leones y hienas) encuentren una forma de coexistencia para que el ecosistema
no colapse.
La pregunta crítica y que no tiene respuesta, aún, es: ¿Es
ese el modelo en el que debe continuar Colombia? Es decir, un simple cese
de hostilidades donde los actores poderosos se mantienen a raya por miedo, pero
donde no se logra una gobernanza decente, eficiente y eficaz, con políticas y
acciones que conduzcan a la efectiva aplicación de justicia, alcancen la
prosperidad integral, logren la PAZ y tutelen la dignidad del ciudadano. Hoy ni
siquiera se ha logrado estructurar un proyecto compartido.
Ya el ciego se largó a España, ganándole al 53% de los jóvenes colombianos, que, según última encuesta, quieren irse a como dé lugar. Por eso no tenemos quién nos diga como amanecerá.
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