21.9.25

Hipótesis del propósito que aburre: La rebelión del sentido


Ploco: La comprensión de nuestro propósito constituye una de las tensiones ontológicas más agudas de la condición humana. Gabriel Marcel distinguía con precisión entre el problema, como aquello que se nos opone y puede resolverse mediante el análisis técnico; y el misterio, donde el sujeto está implicado en la pregunta y cuya naturaleza trasciende la resolución objetiva. 


La razón humana, aunque formidable, opera como un sistema cerrado intentando descifrar su propio código fuente. La analogía es clásica: un mecanismo puede describir su engranaje, pero no la intención de su diseño. Aquí radica nuestra primera angustia: tratamos el misterio de la existencia como si fuera un problema técnico esperando una solución que la ciencia, por su propia metodología, no está diseñada para proveer.


El "Cómo" frente al "Para qué".


La ciencia ha ido destripando magistralmente el porqué causal (el origen) y el cómo funcional (el mecanismo) de los fenómenos con los que se ha topado. Biológicamente, el "para qué" es una obviedad: la vida existe para persistir. Desde la termodinámica y la genética de poblaciones, somos sistemas de baja entropía diseñados para la replicación del ADN.


Sin embargo, el para qué trascendental, aquel que busca un significado más allá de la maquinaria biológica, pertenece al dominio de la interpretación: la filosofía, la religión y el arte. El conflicto surge cuando intentamos disolver el misterio en un dato, convirtiendo el asombro existencial en una métrica de supervivencia. Al transformar el "porqué" en un simple "cómo", ¿estamos simplificando la realidad o simplemente perdiendo nuestra capacidad de habitar el sentido?


Es un conflicto entre el reduccionismo científico y la fenomenología existencial, donde se cuestiona qué perdemos cuando permitimos que la técnica (la ciencia) reclame para sí todo el territorio del conocimiento.


Cuando la ciencia responde a un fenómeno, suele hacerlo mediante el mecanismo. Si preguntas: “¿Por qué amo a mis hijos?”, la neurociencia responde con el cómo: “Es una cascada de oxitocina y dopamina que refuerza vínculos de apego para asegurar la supervivencia de la carga genética”. Entonces el "porqué" (el significado profundo, el valor, el sacrificio) se ha disuelto en un "cómo" (reacción química). Simplificamos la realidad, haciéndola manejable y predecible, pero muy llana. El amor deja de ser una "verdad" para convertirse en un "procedimiento". 


Aquí  aparece el rostro de ese propósito aburrido y emerge la pregunta: ¿perdemos una capa de misterio, y quizás de significado? 


Habitar el sentido significa aceptar que hay verdades que no se pueden medir, pero que son constitutivas de lo que somos.


La Hipótesis del Propósito que Aburre.


Por ello, propongo la Hipótesis del Propósito que Aburre, que contrario a la visión de la Vida como entidad biológica, la reafirma como proceso emergente con un imperativo funcional, pero este es de una simplicidad tan radical que resulta aburrido, o incluso detestable, para la autoconciencia humana.


Desde un fisicalismo estricto, el imperativo es: sobrevivir, evolucionar, expandirse. Es un algoritmo implacable y amoral. Esta "misión" choca frontalmente con la aspiración humana de belleza, justicia y trascendencia. Somos, paradójicamente, agentes de la Vida con un cerebro apto, no solo para ejecutar el plan, sino para juzgarlo insuficiente.


¿Rebelión o sofisticación adaptativa? 


Aquí se abre la grieta fundamental. ¿Son el arte, la ética y el amor una rebelión auténtica contra el mandato genético, o son, como sugiere la sociobiología de Wilson y Dawkins, sofisticaciones del propio plan?


  • La visión memética: Nuestros anhelos más nobles podrían ser "memes": unidades de información cultural que, aunque parecen rebeldes, optimizan la cohesión social y, por ende, la supervivencia del grupo.
  • La visión existencialista: Mi hipótesis sugiere que no somos arquitectos creando sobre un vacío (una crítica al existencialismo sartreano puro), sino "arquitectos de una rebelión con sentido". No partimos de una hoja en blanco, sino de un lienzo ya ocupado por el imperativo biológico. 
 Conclusión: El artista. 

Quizás la verdadera dignidad humana no reside en la ejecución ciega de un plan cósmico, ni en la libertad absoluta y desarraigada. Reside en la encrucijada: reconocer que el "propósito que aburre" es nuestro fundamento biológico y, aun así, elegir conscientemente pintar sobre él. 


Escribir poemas y preguntarse "ser o no ser" no es una fuga de la realidad, sino la transformación de una instrucción química en una vocación humana. Somos el lienzo que decide qué colores usar frente a la monotonía de la supervivencia."

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