La ciencia es experta en
responder al 'porqué' causal (el origen de los fenómenos) y al 'cómo' (sus
mecanismos). Incluso puede describir un 'para qué' funcional y biológico: la
vida existe para replicarse. El verdadero enredo es el 'para qué'
trascendental: ¿existe un propósito más allá de la simple maquinaria biológica?
Territorio de la filosofía, la religión y el arte, que no 'explican' en el
sentido científico, sino que 'interpretan'.
Nos hemos convertido en
expertos en disolver lo transcendental en un cómo, convirtiendo un misterio en
un problema y generando la pregunta: ¿Al convertir un porqué en un cómo,
perdemos una capa de misterio, y quizás de significado? Los problemas tienen
solución (el cómo y el porqué causal), pero los misterios solo pueden ser
contemplados (el para qué trascendental). La angustia humana nace cuando
tratamos el misterio de nuestra existencia como si fuera un problema que la
razón debe resolver.
Propongo explorar la idea de la 'hipótesis del propósito que aburre', que se construye alrededor de la idea de que la Vida, como entidad, tiene un 'propósito', pero que este es tan fundamentalmente simple y biológico que a la conciencia humana le resulta 'poco', aburrido o incluso detestable. Tanto, que lo designa un imperativo biológico.
Desde una estricta visión científica/biológica, la vida es un sistema químico que busca perpetuarse. Su 'propósito', implacable y sin sentimientos, sería: sobrevivir/evolucionar/expandirse. Esta visión riñe con la existencial/humanista que describe al ser humano buscando amor, verdad, belleza, justicia, legado.
La hipótesis argumenta que
somos, en efecto, productos de la Vida, somos sus agentes, colocándonos en una
posición extraña y un tanto dramática.
Entonces nos determina como hijos pródigos, creados con un cerebro lo
suficientemente complejo como para ejecutar su plan de manera más eficiente,
pero este mismo cerebro desarrolló la autoconciencia y empezó a hacerse
preguntas que van en contra del plan original. ¿Por qué debo solo sobrevivir?
¿No hay algo más?. Así, nuestra búsqueda de propósito es una rebelión contra el
propósito de la Vida. Si el gran plan cósmico para nosotros es simplemente ser
vasijas eficientes para que el ADN se replique y se extienda por el universo,
entonces, nos inventamos otro propósito porque el original, el real, nos parece
insuficiente, una tarea más que una vocación.
Esta aparente contradicción nos
abre a debates fascinantes que exploraremos más adelante. Por ejemplo, ¿son
nuestros anhelos más nobles, el arte, la ética, el amor, una verdadera rebelión
contra el mandato biológico, o son, como argumentaría la sociobiología,
sofisticaciones del plan original, herramientas adaptativas para una especie
social? ¿Es nuestra búsqueda de lo trascendental una fuga de ese aburrimiento
fundamental, un vuelco hacia los grandes misterios metafísicos porque la tarea
biológica nos queda pequeña?
Esta hipótesis, sea una simple
tontería o candidata para que la ciencia la desmenuce, contiene un valor
concluyente, sugiriendo que quizás no seamos tanto "arquitectos de nuestro
significado desde cero", como sugiere el existencialismo puro, sino más
bien "arquitectos de una rebelión con sentido". No partimos de una
hoja en blanco. Partimos de un lienzo ya ocupado por el imperativo biológico de
la Vida. Nuestra obra de arte no es crear algo de la nada, sino pintar encima
de esa instrucción fundamental, transformarla, darle nuevos colores y
significados que la instrucción original nunca contempló.
¿Nos hemos vuelto demasiado
complejos para una tarea tan simple?
Quizás ahí reside la verdadera dignidad humana: no en ser los ejecutores ciegos de un plan cósmico de supervivencia, ni en flotar sin rumbo en un vacío de significado, sino en estar en esa encrucijada. En reconocer el "propósito que aburre" y, con plena conciencia, elegir construir catedrales, escribir poemas y preguntarnos, como hizo Hamlet: “ser o no ser”."

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