25.6.25

La Verdad de "una verdad"


Ploco: "Una verdad apacigua esa urgencia por estabilidad y convencimiento que nace de estar inmersos en cambio e incertidumbre, aunque en ocasiones no sea tan verdadera."

Comúnmente nos movemos entre la búsqueda de un ideal absoluto y posiblemente inalcanzable, "la Verdad", a algo mucho más funcional y particular, "una verdad". El Individuo o el Líder "navega" entre múltiples "verdades" que compiten o coexisten: verdades personales, grupales, políticas o religiosas, y construye activamente modelos de la realidad. En ese proceso, cada modelo exitoso es, en efecto, "una verdad funcional" que sirve para orientarse, afirmando una realidad psicológica innegable: la función de una creencia a menudo tiene prioridad sobre su precisión fáctica. En otras palabras, se favorece el pragmatismo sobre Idealismo. Comúnmente lo que buscamos no es siempre la correspondencia exacta con la realidad, sino la utilidad para la vida.  Necesitamos un ancla, y a veces, un ancla "suficientemente buena" es mejor que ninguna, incluso si sabemos que no es perfecta.

El "realismo pragmático" de William James o la "ilusión necesaria" de Nietzsche, nos enseñan que el valor de una creencia no radica en su objetividad, sino en su capacidad para generar cohesión o acción efectiva. Las "verdades funcionales" son herramientas de supervivencia cognitiva y social. En un mundo de complejidad abrumadora, no podemos operar bajo el peso de una verdad absoluta (si es que existe), sino que dependemos de modelos simplificados que nos permiten actuar.

Entonces evaluamos ideas que, sin ser objetivamente ciertas, organizan nuestra experiencia, motivan la acción y cohesionan grupos de manera efectiva. Mitos fundacionales de una nación, ciertas máximas morales simplificadas o incluso creencias personales que nos impulsan a superarnos, pueden entrar en esta categoría. No son "tan verdaderas" si se las somete a un escrutinio riguroso, pero su valor funcional es inmenso.

Pero también se deduce un costo oculto: estar dispuestos a aceptar un grado de imprecisión, proposiciones delusivas o incluso el autoengaño a cambio de paz mental. Es el reconocimiento de que la disonancia cognitiva es tan incómoda que preferimos una explicación coherente pero imperfecta a la ansiedad de no tener ninguna explicación. Las "verdades" que se institucionalizan es clásico ejemplo de autoengaño sistémico (ej. dogmas políticos o corporativos), y pueden perpetuar sesgos o injusticias. La historia está llena de ejemplos (desde crisis financieras hasta conflictos sociales) donde la comodidad de una "verdad útil" impidió corregir errores a tiempo, proceso que se puede ver obstaculizado por el sesgo de confirmación y la presión grupal.

En ese mismo sentido, los mitos fundacionales y las creencias grupales, son a menudo constructos de poder. Como señala Foucault, lo que se considera "verdad" en una sociedad refleja relaciones de dominación. Por ejemplo, una "verdad corporativa" sobre la "meritocracia" puede ocultar desigualdades estructurales. La funcionalidad de una verdad, entonces, no es neutral; puede servir para estabilizar o para oprimir.

Vemos una tensión entre pragmatismo y responsabilidad epistemológica, que nos lleva a preguntarnos, dónde trazamos la línea entre "una verdad útil" y el engaño nocivo. Aquí, conceptos como la "ignorancia virtuosa" (Jonathan Rauch) o la "humildad cognitiva" (admitir que nuestros mapas o "verdades", son provisionales) son clave. Un ejemplo moderno es la ciencia: sus teorías son "verdades" imperfectas, pero su método exige revisión constante, evitando el estancamiento en dogmas.

Nuestra relación con la verdad es compleja y a veces contradictoria, entonces favorecemos, no la "Verdad" ideal, sino "una verdad", que, como herramienta psicológica, utilizamos para sobrevivir a la incertidumbre, una herramienta cuyo valor principal reside en su capacidad para "apaciguar", incluso si eso implica sacrificar grados de veracidad.

En el contexto social, político y empresarial debemos "navegar" realidades, sin embargo, el 'capitán' en muchas ocasiones no tiene un mapa satelital perfecto (La Verdad) y en ocasiones debe confiar en un mapa antiguo y dibujado a mano, en historias de otros marineros o en su propia intuición (una verdad). Sabe que no es "tan verdadero" o preciso, pero le permite tomar una decisión, fijar un rumbo y seguir avanzando en lugar de quedar a la deriva. Empero, un buen capitán siempre estará revisando esas "verdades": mapas, rutas y el actuar de su tripulación, para corregir el camino hacia el puerto de destino.

La certeza absoluta es imposible. La incertidumbre podría llevarnos a dos caminos: ansiedad existencial o libertad creativa (en nuestro propio navegar). En un mundo posmoderno, donde las "grandes narrativas" se han fragmentado, esta segunda opción parece la más viable, pero requiere tolerancia a la ambigüedad y ética.

Entonces se nos invita a un acto de honestidad radical: reconocer que gran parte de lo que llamamos "verdad" es en realidad un protocolo de supervivencia. La pregunta ética y práctica es: ¿Cómo usar estas "verdades" sin quedar atrapados en ellas? La respuesta quizá esté en tratarlas como barcos, no como puertos: medios para avanzar, nunca como destinos finales.

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